Os dejo un relato de San Valentín que escribí el año pasado después de cruzarme por la calle con su protagonista.
Febrero se encarga de helar mis manos
mientras ando deprisa hacía la oficina, encogida dentro de mi abrigo. El vaho que
sale de mi respiración me envuelve en mi mundo que se despierta poco a poco,
mientras alrededor rugen coches, pasos y voces. Dentro de mi escafandra de
niebla expirada por mí, nada me llega.
Los escaparates, incendiados de rojo por
todas partes e inundados de corazones que nadie ha puesto en funcionamiento
nunca, recuerdan al que quiere, que hoy es catorce de febrero. Gritan los
eslóganes grandes palabras en blanco o rojo pegados al cristal, llamando a
todos aquellos que se hinchan de amor por lo menos este día.
El frío de mis pies me sube por las
piernas en forma de escalofrío congelando mi corazón. No hay tiempo que perder
mirando tanta basura corazonil. Me gustaría saber que opinaría Cupido si se
viese así representado.
Sigo andando, febrero no deja que te
pares con sus agujas de hielo que se clavan en los mofletes. A unos cinco
metros sale de un patio una señora. Su pelo es cano, bien peinado, ahuecado,
con gran porte. Me llama la atención su blancura. Su cara está sonrosada,
ligeramente maquillada, lo justo para que parezca natural. Lo único que
sobresale es el rojo de sus labios, bien estudiado y maquillado al milímetro.
Parece una persona importante, respetada y elegante.
Pero llama la atención la bata con la que
va vestida. Una bata azul claro, como de cielo, llena de pequeñas flores. Por
debajo se adivina el bajo de su camisón, rosa pálido, acabado con una trabajada
puntilla. Más abajo, sus tobillos delgados y blancos acompañan rítmicamente el
movimiento de las zapatillas de estar por casa. Mis dedos helados dentro de las
botas me hacen fijarme en sus pies desnudos sobresaliendo de las zapatillas
destalonadas.
Adelanto el paso, me pongo a su altura e
intento imaginar que hace aquí, así, esta mujer. Y me llega a los oídos su
pequeña voz, blanca, como de cristal, cantando una canción de Chavela Vargas.
Ya no sé si maldecirte o por
ti rezar
Tengo miedo de buscarte y de
encontrarte
Donde me aseguran mis amigos
que te vas…
Pero mi cariño con la aurora
te vuelve a esperar
El corazón se me deshiela, el vaho que me
envolvía de niebla desaparece y pienso que si Cupido existe en este mundo,
desde luego no es un niño gordito y desnudo, si no más bien esta mujer llena de
elegancia, dignidad y experiencia que el amor mantiene viva aunque no sepa
probablemente ni como se llama, ni a quién busca, ni cómo regresar a casa.
Paso sin decirle nada, apurando el oído
para escuchar bien su bella canción, cuando a diez metros para un repartidor de
flores. Baja de la furgoneta con un gran ramo de flores, blancas. Me mira,
sonríe, y por una milésima de segundo he pensado que el ramo era para mí… sigue
su camino y llama en un portal. Mientras, detrás oigo como se terminan las
últimas silabas de mi bolero favorito… Paloma negra.
Sí, eso sí que es San Valentín.
Cojo el móvil y marco automáticamente. Al
otro lado se oye:
-¿Qué pasa?
- Nada, esta mañana se me olvidó decirte…
te quiero.
Que todos los días os despertéis enamorados.
Sandra
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