jueves, 14 de febrero de 2013

San Valentín



Os dejo un relato de San Valentín que escribí el año pasado después de cruzarme por la calle con su protagonista. 

Febrero se encarga de helar mis manos mientras ando deprisa hacía la oficina, encogida dentro de mi abrigo. El vaho que sale de mi respiración me envuelve en mi mundo que se despierta poco a poco, mientras alrededor rugen coches, pasos y voces. Dentro de mi escafandra de niebla expirada por mí, nada me llega.
Los escaparates, incendiados de rojo por todas partes e inundados de corazones que nadie ha puesto en funcionamiento nunca, recuerdan al que quiere, que hoy es catorce de febrero. Gritan los eslóganes grandes palabras en blanco o rojo pegados al cristal, llamando a todos aquellos que se hinchan de amor por lo menos este día.
El frío de mis pies me sube por las piernas en forma de escalofrío congelando mi corazón. No hay tiempo que perder mirando tanta basura corazonil. Me gustaría saber que opinaría Cupido si se viese así representado.
Sigo andando, febrero no deja que te pares con sus agujas de hielo que se clavan en los mofletes. A unos cinco metros sale de un patio una señora. Su pelo es cano, bien peinado, ahuecado, con gran porte. Me llama la atención su blancura. Su cara está sonrosada, ligeramente maquillada, lo justo para que parezca natural. Lo único que sobresale es el rojo de sus labios, bien estudiado y maquillado al milímetro. Parece una persona importante, respetada y elegante.
Pero llama la atención la bata con la que va vestida. Una bata azul claro, como de cielo, llena de pequeñas flores. Por debajo se adivina el bajo de su camisón, rosa pálido, acabado con una trabajada puntilla. Más abajo, sus tobillos delgados y blancos acompañan rítmicamente el movimiento de las zapatillas de estar por casa. Mis dedos helados dentro de las botas me hacen fijarme en sus pies desnudos sobresaliendo de las zapatillas destalonadas.
Adelanto el paso, me pongo a su altura e intento imaginar que hace aquí, así, esta mujer. Y me llega a los oídos su pequeña voz, blanca, como de cristal, cantando una canción de Chavela Vargas.
Ya no sé si maldecirte o por ti rezar
Tengo miedo de buscarte y de encontrarte
Donde me aseguran mis amigos que te vas…
Pero mi cariño con la aurora te vuelve a esperar

El corazón se me deshiela, el vaho que me envolvía de niebla desaparece y pienso que si Cupido existe en este mundo, desde luego no es un niño gordito y desnudo, si no más bien esta mujer llena de elegancia, dignidad y experiencia que el amor mantiene viva aunque no sepa probablemente ni como se llama, ni a quién busca, ni cómo regresar a casa.
Paso sin decirle nada, apurando el oído para escuchar bien su bella canción, cuando a diez metros para un repartidor de flores. Baja de la furgoneta con un gran ramo de flores, blancas. Me mira, sonríe, y por una milésima de segundo he pensado que el ramo era para mí… sigue su camino y llama en un portal. Mientras, detrás oigo como se terminan las últimas silabas de mi bolero favorito… Paloma negra.
Sí, eso sí que es San Valentín.
Cojo el móvil y marco automáticamente. Al otro lado se oye:
-¿Qué pasa?
- Nada, esta mañana se me olvidó decirte… te quiero.



Que todos los días os despertéis enamorados.
Sandra

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