Es la segunda gran pérdida que siento en pocos meses. Primero fue Tista, de Panticosa. Ahora, Angelines. Con ninguno de los dos existía ningún lazo sanguineo, pero en ocasiones no hacen falta para llegar a tener la sensación de que alguien ha entrado dentro de ti y te ha dejado una huella muy profunda en el corazón.
Angelines, de porte tranquilo y voz suave, escondía dentro una luchadora y defensora de nuestras montañas y sobretodo, de su pequeño pueblo no deshabitado, aunque muchos se empeñaran en denominarlo así.
Todo el mundo que llegó a conocerla, o incluso llegó a oír hablar de Susín, tienen la sensación de que estaban rodeados ambos de un halo de magia. Los que tuvimos la suerte de poder estar allí, así lo sentimos.
El verano pasado estuvimos dos días con mi familia en Susín, con Angelines. Comimos fresas silvestres, limpiamos el camino de plástico y botellas de agua que habían dejado tras una carrera de BTT, comimos bajo la noguera, hicimos coronas de margaritas, recogimos planta de San Juan, mis hijos hicieron casas para las ardillas... cuando nos fuimos, lloraban porque no se querían ir.
En Susín no hay carretera, ni luz, ni agua corriente, ni baño, pero no le hacía falta. Angelines era suficiente para que la vida estuviera allí presente, sin todas esas cosas que ahora a nosotros nos parecen irrenunciables.
Cenar alrededor de ese magnifico hogar, donde la comida y la compañía saben mejor que nunca, fue una experiencia inolvidable. Casi no nos veíamos las caras, la magia del fuego y las palabras nos alumbraban. Los cuentos allí tienen el sabor de otros tiempos.
Durante dos días fuimos felices, con la sensación del corazón lleno y el alma plena.
Cuando el cartel de un lugar está hecho así te advierte
que entras en un espacio con otro ritmo.
Quiero pensar que ahora, aunque Angelines ya no esté, el fuego de su hogar no se quedara muerto. Me gustaría volver a Susín y ver la puerta de casa Mallau abierta, que los escalones sigan con su música, incluido ese escalón que había que evitar pisar, y acompañen a quien suba a esa preciosa cocina. Me gustaría saber que se sigue encendiendo el fuego del hogar bajo esa impresionante chimenea troncocónica, y que esa cadiera sigue acogiendo, como lo hacía mientras estuvo Angelines, a los amigos.
Los morillos ya no están, alquien se los llevó. Espero que Susín siga vigilado y mantenga la magia que tenía mientas todavía estaba habitado, para que nadie pueda hacerlo desaparecer.
Muchos son los que han pasado por allí y han querido quedarse. Para Angelines no valía cualquier cosa. No era un pueblo abandonado, ella era su habitante. Pero ¿ahora qué?
Una puerta más se cierra, ¿un pueblo más se pierde?
Angelines guardaba su casa, arreglaba los muros de los caminos, intentaba mantenerlos limpios con la ayudas de manos amigas y desinteresadas que siempre estaban dispuestas a ayudarla. Le preocupaba el tejado, habría que pintar, el escalón está un poco roto, la puerta no cierra bien... pero todo seguía en su sitio y en su cabeza se iban ordenando las tareas por prioridades. Pero además de todo eso, Angelines velaba por la memoria de su entorno, por la historia de su pasado y por la oralidad escondida en estas montañas.
Desde hacía cuatro años, sin no poco esfuerzo, Angelines organizaba en la era de Susín, al aire libre, un festival de cuentos del Pirineo. Había un concurso de relatos y el año pasado tuve la suerte de poder estar contando en ese lugar tan especial, con un público entregado que en su mayoría había subido andando, con un viento que calló para dejarme contar, con un sol que nos acompañó e iluminó las sonrisas de los que allí quisimos compartir un momento especial.
Meses de preparativos, nervios, mil y un ir y venir, la exposición, los regalos,... todo por hacer y siempre gente dispuesta a ayudar.
Me gustaría que todos los que acompañaron a Angelines siguieran acompañando a Susín.
Me gustaría que los cuentos volvieran a su era.
Me gustaría que Susín no caiga en el olvido y el silencio.
Me gustaría... tener mil deseos y proyectos como Angelines tenía para su pueblo.
Me gustaría que entre todos los que ahora sentimos su pérdida hicieramos un esfuerzo para conseguir reunirnos todos en Susín y que la oralidad de las montañas siga estando presente, como Angelines quería.
Seguro que ella estará por allí cerca, con una sonrisa en los labios, viendo que no la olvidamos, ni a ella, ni a Susín.
Y, egoistamente, me gustaría volver a subir a Susín y contar otra vez cuentos en la cadiera.
Me gusta esta foto de Angelines, con su naturalidad y espontaneidad, con su belleza natural y su fuerza, con la elegancia que ha hecho que muchos la nombremos la Señora de Susín. Quiero recordarle llena de fuerza, llena de bondad y llena de esa luz con la que irradiaba a todos lo que hasta allí se acercaban.
Descanse en paz la Señora de Susín.
Os dejo debajo unas cuantas fotos del festival de este verano.
Con cariño y, también, mucha tristeza
Sandra
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