lunes, 28 de octubre de 2019

Sesiones antiguas, zapatos viejos

He estado contando cuentos en la Biblioteca de Utebo. Hace ya unos años que colaboro con ellos y hacemos sesiones para los escolares de quinto curso de los colegios de Utebo. 
Les hice hace un tiempo la sesión "Cuentos de importación" que había nacido en el marco del Festival "Huesca es un cuento" y se trataba de una recopilación de cuentos con inmigrantes que vivían en Huesca. En lugar de viajar por el mundo recogiendo cuentos, recogí los cuentos de otros países que habían venido a vivir a Huesca. 
En la biblioteca de Utebo recordaban aquella sesión y me pidieron que la volviera a hacer. La verdad es que es una sesión muy chula, montada con cuentos tradicionales, y en la que nos paseamos por Cuba, Armenia, Rusia, Rumanía y México. A veces, Marruecos también entra en la sesión.
Son unos cuentos que he contado muchísimo y que atrapa al público, pero hacía tres años que no la contaba y eso supuso un gran reto para mí. Tuve que ponerme a prepararla unas semanas antes, porque los cuentos andaban adormilados, perezosos y les costaba salir. No tenían la frescura necesaria para contar, así que tuve que estirar sus músculos, repetir ideas para que salieran limpias sus rimas y ritmos naturales y, por supuesto, encontrarme cómoda entre sus palabras para dejarme llevar y que ellos encontraran el espacio necesario entre mi voz y mis manos.





Ha sido un trabajo interesante, como ponerse zapatos viejos con los que habías andado muy a gusto, pero que al volver a ponértelos después de mucho tiempo, el pie no encajara bien. 

Debo reconocerlo, la primera sesión a pesar de que el público se fue contentísimo, para mí no salió bien. Todavía los cuentos estaban escondidos, pequeños y encogidos. Pero en la segunda sesión tuve la suerte de encontrar un público agradecido, de los que te hace crecer, sediento de cuentos y silencio, y ahí, por fin, los cuentos decidieron salir a escena grandes, colocados, provocadores y con ritmo. 

Fueron seis sesiones de ir disfrutando cada vez más. Pero justamente la última, fue la peor de todas. No por los cuentos, sino por el grupo. Hablador, movido, disperso... a la menor concesión, desconectaban. Fue un verdadero reto. Y si no hubiera sido por todo el trabajo previo de las cinco sesiones anteriores, esta última hubiera sido un desastre. 

Contar cuentos es exigente, llevar el repertorio bien preparado y fresco, una obligación. Si la primera sesión hubiera sido con el último grupo, los cuentos habrían sufrido muchísimo, y yo también. Y el resultado hubiera sido un fracaso. 
Antes de empezar la última sesión  me decían con descaro: "No nos gustan los cuentos". Eso repetían mientras se sentaban. "Solo los de Anabel o los de muerte" apostillaban algunos. 

El sentimiento al regreso a casa era de alegría, porque cuando se fueron me dijeron que les habían gustado los cuentos y porque conseguí momentos de silencio, verdadero silencio. 
Pero por otro lado no se me iba el sentimiento de pena, porque el grupo era tan difícil que los cuentos no pudieron volar libres, ni hacer concesiones, ni dejar intervenir al público como había ocurrido en las sesiones anteriores.




Así que he llegado a esta reflexión después de tener esta sesión en la cabeza unos días, aunque no sé si es la más certera: hay que seguir utilizando tus viejos zapatos, hay que seguir contando los cuentos para que no se anquilosen, pero el público obtendrá de ellos solo lo que se merezcan. 
Las sesiones no las hacemos solamente los narradores, el público también "cuenta". 

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