Este fin de semana estoy con las pilas cargadas a tope.
Son las fiestas de mi barrio, Santo Domingo y San Martín, y el viernes para celebrarlo la Amypa del cole de mis hijos me pidió que fuera a contar cuentos al cole. Es un placer contar en un lugar al que vas todos los días pero no pasas de las puertas. Pasar una tarde con ellos, ver sus caras de expectación, los nervios antes de empezar y sus ojos clavados en mí sin siquiera pestañear mientras voy contando cuentos es una sensación que me sube hasta las nubes.
Fue muy gracioso cuando entró la clase de Bruno, nerviosos por coger sitio en primera fila y anunciando que yo era su madre. ¡Qué cara de orgullo y nervios tenía Bruno!
Los dos grupos estuvieron atentos y participaban con ganas cada vez que yo les preguntaba. Antes de terminar, cuando oían Cuento contao, ya pedían otro. Al final, me llenaron de besos y nos fuimos todos contentos.
Pero lo mejor vino después. Al acabar recogí a mis hijos y nos fuimos a la biblioteca. Es genial salir de contar y cruzarte por la calle con los que antes han estado escuchándote. Me cruzaba con pequeñas caras que me miraban con ojos abiertos como platos como si hubiesen visto a un ser importantísimo, manos que estiraban de los brazos de sus madres mientras susurraban "me ha contado cuentos", o sonrisas nerviosas, tímidas y complices. Alguno se acercó en la calle y en la biblioteca a volver a decirme que le habían encantado los cuentos.
Después de la biblioteca fuimos a las ferias, premio después de una semana intensa, y allí siguieron las miradas y las sonrisas. Una madre me dijo que su hijo estaba emocionado y que le había contado el cuento entero del lobo.
Que maravilla, como disfruto, que suerte tengo.
Me encanta contar. Me encanta que les encante.
Sandra
Pd: No tengo fotos. A ver si pido permiso y me pasan alguna en el cole. La que he puesto es del año pasado, todo infantil el día que les visitaron los cabezudos del barrio, Payasete y Abueleta.
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